¡Cuidado! ¿Autoritarismo en ciernes?

¡Cuidado! ¿Autoritarismo en ciernes?

Siempre es oportuno y necesario recordar las recomendaciones de la generación de los republicanos españoles exiliados en México. Sobre todo cuando la amenaza del despotismo, que se presenta a sí mismo como la opción ante la crisis, se cierne sobre nuestras cabezas. Los trasterrados que venían huyendo de la dictadura son un inmejorable ejemplo.

 

Herederos de las tres recomendaciones permanentes a los peregrinos jacobeos, los que recorren el Camino de Santiago --la mirada atenta, el corazón dispuesto y el paso apresurado-- supieron transmitir esas consejas en medio de un mundo atribulado por la descomposición y el galopante autoritarismo.

 

Afortunadamente, el primer paso está dado en México: la mirada atenta para develar una palabra maldita por el sistema político, encubierta por aforismos como "enriquecimiento inexplicable", " tráfico de influencias", "conflicto de intereses", ya puede decir su nombre, después de décadas de mutismo: se llama corrupción.

 

El corazón dispuesto, está a punto de convertirse en realidad después de una historia de encubrimiento, complicidades y sospechas en el seno del poder: la decisión de imponer el mazo de la justicia contra los principales detractores de la Nación. Ojalá no quede en buenas intenciones, de esas que está lleno el camino del infierno.

 

El paso apresurado de los peregrinos jacobeos debe ser acompañado por los que ahora brillan por su ausencia en las tareas de gobierno, los capaces, frente a una turba de improvisados cuya única tarjeta de presentación es haber participado en los movimientos morenistas. Éso es bueno, pero no es lo único. Suelen correrse a los extremos innecesariamente.

 

 

Pueden convertir la austeridad republicana en miseria generalizada

 

 

‎El resentimiento social está a punto de liquidar las bases de la convivencia. Muchos de los que ahora arriban a los primeros puestos de mando no tienen mayor consigna que irse contra los que hayan militado en la burocracia odiada. Pueden convertir la austeridad republicana en miseria generalizada.

 

Una de las mejores cualidades de los movimientos pacíficos o armados triunfantes ha sido asimilar lo mejor o lo menos peor del anterior, con claridad y sin revanchismos inútiles y perniciosos. Sobre todo cuando los asimilados no fueron elementos decisorios u opuestos al cambio social que se pregona.

 

El cambio de régimen, en un sistema dúctil y maleable como el mexicano, no tiene por qué ser traumático ni convulso. ‎La excesiva polarización que se observa no fue causada en la sociedad ni por el triunfo de la Revolución obregonista. Cierto, hubo medio millón de muertos, un poco menos de los generados por las impertinencias de la guerra contra el narcotráfico implantada por los panistas de sacristía.

 

‎Aquí y ahora, sólo se trata de impartir justicia a secas contra los causantes de la miseria. No nos confundamos. Fue un grupito de descastados que jamás tuvieron idea de gobierno ni emoción social, quienes sólo vinieron a robar y a masacrar. Si se trata de canalizar esa energía contra la corrupción, el objetivo está puesto.

 

 

Por favor: no olvidar jamás que las esperanzas de todo un pueblo

 

 

No hay necesidad de‎ más aspavientos. Recluir a los salinistas, panistas y atracomulquistas es suficiente para que vuelva a reinar el ejemplo y el orden público basado en el respeto a los intereses superiores de la Nación. Para que nadie vuelva a pasarse de la raya o andar de salidor. Todo parece indicar que así será, por el bien de todos y por la supervivencia de este país.

 

Y, por favor: no olvidar jamás que las esperanzas de todo un pueblo que fueron depositadas el año pasado en favor de una esperanza que tiene que hacerse realidad. Si este régimen fracasa, nadie puede imaginar por dónde puedan realizarse los tránsitos de la vida civil. No hay partido, ni gallo que pueda emocionar al respetable.

 

Eso es una realidad, que lucha cotidianamente por prevalecer en medio del desprecio ciudadano, en la vorágine del resentimiento y el revanchismo que, por lo pronto, ha hecho pagar a la población por la falta de circulante e inversión.

 

 

La contienda por el poder ya pasó, es tiempo de buscar nuevas metas

 

 

En la Ciudad de México y en todas las concentraciones metropolitanas del país la industria de la construcción, punta de lanza del derrame económico está paralizada. No es justo que paguemos justos por pecadores. El mercado inmobiliario ha sido reducido a sus márgenes menores por la misma causa.

 

La pequeña y mediana empresa, motor de la inversión y de la creación de empleo, está esperando con ansias que alguien defina desde las atalayas el rumbo prometido para alcanzar nuevos niveles de crecimiento. En lugar de ello, las amenazas y las vendettas rutinarias se posesionan del panorama y dan pasto de fuego a medios de comunicación comprometidos hasta el tope con los gerifaltes del pasado inmediato.‎

 

Es necesario y urgente que todos recordemos que la contienda por el poder ya pasó, que es tiempo de buscar nuevos objetivos. México no puede quedar atrapado entre lo que ya se fue‎ y aquello que todavía no llega. Saquemos fuerzas de flaqueza y decidámonos a ser un nuevo país.

 

 

El autoritario cree en la disciplina como medio; el libertario, como fin ‎

 

 

El exilio histórico fijó bien la diferencia entre autoridad y poder. Si la primera es la potestad obedecida y asumida para obtener un comportamiento determinado sin recurrir a la coacción, el segundo tiene que ejercerse con legitimidad y no sólo por su condición de monopolio de fuerza que avasalla sin contemplaciones.

 

La libertad resulta de una conciliación e integración de los impulsos: una armonización de fuerzas causales más la vertebración de los conflictos. El autoritario actúa como si un orden semejante pudiera realizarse únicamente por la fuerza. Los libertadores creen que puede producirse por la razón, por esclarecimiento, por el cultivo de los hábitos adecuados.

 

El autoritario cree en la disciplina como medio; el libertario, en la disciplina como fin, casi como un estado espiritual. El autoritario dicta instrucciones ; el libertario estimula la autoeducación. Uno no tolera la inconformidad por debajo de las reglas. El otro no necesita reglas porque ha perseguido siempre la armonía de la unidad.

 

 

Lo que sigue: mirada atenta, corazón dispuesto y paso apresurado

 

 

Las democracias no tienen por qué construirse a base de puro dolor, ni de expediciones punitivas del pensamiento‎ o de la discrepancia. Tenemos un país ubérrimo y generoso que merece ser tratado con ecuanimidad y con tolerancia, más de la que algunos empoderados de ocasión están dispuestos a tolerar.

 

Para lo que sigue: mirada atenta, corazón dispuesto y paso apresurado. Ojalá todos lo entendamos. Fueron los consejos para una gran República que decantó en una feroz dictadura de cuarenta años.

 

¿Usted qué cree?