IV Informe de EPN: un carnaval impúdico y ñoño

IV Informe de EPN: un carnaval impúdico y ñoño

Como el burro que da vueltas a la noria, los gobiernos de todas latitudes andan en busca de la identidad perdida. Si, hasta hace poco tiempo, el objetivo sensato era conseguir los mínimos del Estado de Bienestar, las posibilidades para alcanzarlo se han reducido, casi agotado. Éste era el momento de la imaginación, como protagonista principal del poder.

 

Nunca mejor dicho que, de hoy en adelante, todos tendremos que hacer mucho más, con mucho menos. Los voraces tolucos y pachuquitas  han acabado con los futuros inmediatos del aparato público. En México, hemos sido víctimas y testigos obligados de la imposibilidad de supervivencia, cargando con facturas de oprobio  tan pesadas. Estamos viviendo en el límite del gobiernito.

 

La tolucopachucracia pensó que había llegado el momento no de la imaginación, sino del destrozo, de la impudicia sin límites. Del entronizamiento de lo ñoño. De la ridiculización y la castración de las necesidades elementales.

 

Lo que en todos lados es motivo de preocupación, por la falta de logros y objetivos sociales, en México se limita a ser utilizado‎ como discurso triunfalista, de perfiles obscenos en términos populares, ofensivo para la inmensa mayoría, sumida en la pobreza y la desesperación. Para muestra, basta el botón del obsceno e indecoroso  Cuarto Informe de Peña Nieto.

 

Primera traición: a aquellos que los encumbraron

 

Presenciamos el triste espectáculo de un gobiernito de brazos cruzados. Pero eso sí, con poderosos tentáculos para hacerse de lo ajeno, para desfondar los patrimonios populares, en beneficio de sus bolsillos. Rebasaron la idea de las élites que, cuando proyectaron a tolucos y pachuquitas para investirlos de poder, lo hicieron pensando en burócratas testimoniales de sus negocios.

 

No sólo resultaron un producto malo para tales fines, sino que desde un principio exhibieron sus macabros planes de desplazar a quienes los encumbraron, de arrasar hasta con el pasto, presididos por ansias esquizoides de poder y dinero. Acabar con todo, y mientras más solos, mejor.

 

La lucha por el botín y la ambición de las facciones

 

El mañana no está garantizado para nadie. Ayer, antier y fundamentalmente hoy los políticos ignorantes e improvisados a grados extremos e inimaginables de precariedad han cumplido su misión: nos han dejado exhaustos, sin expectativas mínimamente alentadoras. Suena catastrofista. Lo es, aún más de lo que pensamos.

 

Ya no es hora de culpar sólo a los sucesos internacionales de lo que nos ha pasado. Es cierto que las pandillas financieras del exterior, en su afán por acumular sin freno, han influido demasiado. Pero es más cierto que no sólo nos han tomado como cobayos de sus ‎crueles intenciones y nos han reducido a la indefensión...

 

... la falta de previsión, preparación y la ignorancia ramplona de mequetrefes, han magnificado decisiones absurdas de entreguismo pedestre. Ellos han jugado un papel determinante. Gentecita que fue programada por las élites fueron también inoculadas por el miedo hacia la toma de decisiones; fueron hechas para entregar sin resistir, con un mínimo  de materia gris.

 

‎Es cierto que la lucha por el botín incluye a la ambición entre facciones, intereses corporativos, voracidades gubernamentales, crisis recurrentes de precios impuestos por un mercado de compradores, no de productores, agotamiento del diálogo antes imperante en todos los planos de la política, prevalencia de los dicterios de unos cuantos, pero es más cierto que han sido meridianamente incapaces para ver más allá de sus narices.

 

Indigentes mentales que sólo pueden reprimir

 

La noción de un Estado con atribuciones esenciales  para impulsar el desarrollo general y para luchar contra las desigualdades --que alguna vez tuvo facultades de precisión ejecutiva para alcanzar metas lógicas y de beneficio colectivo-- ya no existe, y si aún fuera posible, es inviable, porque se encargaron de desmantelarlo desde su base.

 

El gobierno ha sido reducido a un aparato de monitoreadores sentados frente a lujosos escritorios, desde donde sólo pueden alcanzar a observar el pedazo de realidad que conocen, de los acontecimientos que a diario los rebasan, de fenómenos que no pueden controlar, porque no están preparados siquiera para identificarlos.

 

Las necesidades generales son mucho más grandes que los criterios obtusos de quienes deberían encauzarlas y atenderlas. Las castas de indigentes mentales sólo pueden acudir a la represión y a la mentira para pretender creer que es la única forma de mantenerse en los sillones que antes eran de mando, aceptado y obedecido.

 

La casta dorada de burocracias sin rumbo, ni destino, de políticos de cartoncillo, son excesivamente caras y derrochadoras de los pocos recursos presupuestales y, desgraciadamente, radicalmente inútiles‎. Han roto todos los estándares de incompetencia, todos los récords de estulticia y desenfreno.

 

Campean el saqueo y la mentira desquiciante

 

La tolucopachucracia es no sólo una claque lamentable y lastimosa. También es un modo insultante de vida, un estilo de querer hacer las cosas desde la impudicia y la imbecilidad. Nunca en la historia moderna del país, México estuvo bajo la bota de miserables de este ridículo diseño. El pueblo jamás estuvo expuesto a una Corte de badulaques de este tamaño.

 

‎Es no sólo la kakistocracia --el gobierno de los peores-- a la que alguna vez se refirieron los analistas políticos. Es el gobierno de los depredadores, de los saqueadores, de los obtusos. Es el peor rostro del país ante el mundo. Lo nefasto es que no hay un solo miembro de la pandilla que tenga algún acabado de consideración, un solo perfil de humano.

 

En los terrenos claves de la vida pública: en la política, en la economía, la agricultura, en las finanzas, en la educación, en la salud, en la vivienda, en la seguridad,‎ en el cuidado del medio ambiente, en el desarrollo social, y en todo lo que quiera observarse, campean el saqueo, la mentira desquiciante, el robo en despoblado. Lo revelan en su Informe presidencial. También, la ignorancia ramplona.

 

¿Cambios en el gabinete? No suscitan ninguna emoción

 

Sólo existen rotos para descosidos. Rumores van y vienen sobre cambios en el gabinete y no suscitan la menor emoción, porque sólo son remudas de los mismos, mulas del mismo dominó, fichas y cartas gastadas. La verdad es que no tienen para dónde hacerse. Desde que empezó el juego, ya estaban Capicúa.

 

Se encuentran arrinconados, puestos contra las cuerdas, gracias a su propia impericia y fragilidad. Encerrados en su propia caricatura, entre las paredes de codicia. Están tan pobres, que lo único que tienen es su fortuna personal mal habida. Pero ni de ella podrán disfrutar: siempre habrán de ser señalados por sus ciento diecinueve millones de víctimas.

Escenografía y actores chuscos: EPN y los millennials

 

El Cuarto Informe de Gobierno --de alguna manera hay que llamarle-- es el catálogo de la burla general. Es la confesión de su desquiciamiento mental, la reiteración de un modo y manera de ejercer el mando sin timón. La comparecencia anticonstitucional y absurda ante un auditorio ramplón y ridículo, integrado por una ocurrencia absurda de gentuza sin norte. Un auditorio mandado a hacer, dizque para el lucimiento personal. La verdad, es que sólo causa vergüenza.

 

Un auditorio de "jóvenes emprendedores", de favoritos, de supuestos estudiantes e increíbles caretas de indígenas y necesitados, que se prestan y se alquilan para una escenografía chusca, previamente pasados a maquillaje. Que se adiestraron y sometieron a  un espectáculo digno del horror cerebral.

 

‎Lo único que realmente ofrece el Cuarto Informe, son las pistas que sirvan de base para las investigaciones sobre los peculados, las confesiones públicas sobre el remate del país, los testimonios de la represión cobarde a los indefensos, la masacre generalizada, el orgullo sobre las ruinas ocasionadas. La base objetiva  del juicio popular inexorable.

 

Definitivamente, un atentado político y social que no merece el pueblo de México.

 

¿Qué podía esperarse de los sandios, de quienes han hecho de la vida pública un ridículo y afrentoso carnaval de lo estúpido?

 

‎¿O qué esperaba usted?