De la vida y la muerte

De la vida y la muerte

Hoy en México celebramos a la muerte, vienen nuestros muertos del Mictlán y se quedan con nosotros, los recibiremos con comida que colocamos en grandes altares para deleite de nuestra vista, olfato y gusto. Lo preparamos para la muerte y lo disfrutaremos los vivos, porque al final vida y muerte son una misma, la muerte es lo único seguro que tenemos o como decía Keynes, cuando discutía con los economistas neoclásicos, “con certeza, en el largo plazo, todos estaremos muertos”.

 

Nuestros abuelos indígenas veían en la muerte no más que una continuidad de la vida, no era pues el final de la existencia, sino un paso más en el andar, como en el continuo devenir o movimiento perpetuo (nahui ollin). La vida no nos pertenece y por tanto la muerte tampoco, por ello el sacrificio humano era un motivo de vida mismo. El guerrero que moría o se inmolaba no acababa con su existencia, porque no era suya. La muerte era la devolución de la deuda de la creación.

 

Los europeos que llegaron con el pensamiento cristiano nos heredaron la mirada fragmentada de la vida de la muerte. Después de la muerte no hay más que una vida espiritual, un cielo para los buenos o el purgatorio para purificar las almas. Los indígenas no concebían un paraíso como algo etéreo, para ellos los mundos previos y posteriores eran más cercanos. Cuenta Fray Bartolomé de las Casas en sus “Crónicas de Indias” que Hatuey, el cacique de Cubanacan, a punto de morir en el martirio, fue reconvenido a arrepentirse para que su alma se salvara y fuera al cielo, el indígena preguntó al sacerdote y a sus verdugos si ellos eran buenos y si ellos irían al cielo; el sacerdote respondió afirmativamente, por lo que Hatuey reviró: “entonces no me arrepiento, no quiero ir al cielo ni a lugar donde ustedes, hombres crueles, estén”.

 

A diferencia de lo que se piensa comúnmente, las fiestas de los muertos no son de origen indígena; si bien ellos veneraban a los ancestros y ofrecían ofrendas en las cosechas, los altares y visitas a cementerios surgen en Europa. La celebración de “fieles difuntos” y “Todos los Santos” es católica y se conmemora en gran parte del mundo desde la edad media. Fue el Abad de Cluny, en Francia, quien la propuso para recordar a santos anónimos. En ella, los feligreses visitaban los altares de las iglesias (donde se enterraban a los personajes más adinerados), pero también los atrios (donde inhumaban a la gente pobre que no podía pagar un lugar cerca del altar). Cuando se secularizaron los “camposantos”, la fiesta se trasladó al cementerio, pero tampoco es exclusiva de México.

 

La historiadora Malvido señalaba que los altares y el pan de muerto también son de origen europeo, más precisamente romano, en donde se tenía la creencia de que los difuntos venían con los vivos. Cuando esta tradición se extendió por el mundo cristiano, las personas que visitaban las iglesias compraban panes con azúcar (el pan está hecho de trigo, semilla que trajeron los europeos), el sacerdote bendecía el pan y luego se llevaba a las mesas de cada casa.

 

Malvido fue directora de Estudios Históricos en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y fundó un taller desde los años ochenta, que sesionaba cada 15 días sobre el tema de la muerte, era de corte inter y transdisciplinar, sin duda de lo más avanzado en este tenor desde nuestro país. Ella identificó que la invención de que la celebración de día de muertos era mexicana y prehispánica databa desde los años 30, anterior a ellos había un pleno reconocimiento que era religiosa y católica.

 

La indiferencia del mexicano ante la muerte es un asunto milenario, aunque la fiesta de los muertos lleve menos de 100 años y, sin embargo, hoy esa indiferencia parece más cercana al menosprecio de la vida en un país donde se mata y se muere desde el alba al ocaso. Un país que se volvió un cementerio de vivos que aún no saben que están muertos, pero que más temprano que tarde les han de anunciar su destino con la frialdad del metal.

 

El último quinquenio del periodo neoliberal ha sido el más violento de la historia. Pero al mismo tiempo que el crimen arremetió con la vida, el neoliberalismo se hizo mancuerna de la muerte por otras vías. Hoy la diabetes mellitus es la principal causa de muerte por enfermedad en la población mexicana. En la gráfica 1 se aprecia el crecimiento de las defunciones de 2010 a 2017, en ese último año llegó a más de 106 mil y se estima que para 2020 fallecerán por esta causa más de 120 mil personas.

 

 

Elaboración propia con datos de INEGI-Estadísticas de mortalidad

 

 

La diabetes está asociada al neoliberalismo porque durante 30 años los hábitos alimenticios de los mexicanos cambiaron con cierta rapidez, se aumentó el consumo de azucares sintéticos y las grasas, al tiempo que se redujo la ingesta de carbohidratos y proteínas. La causa principal fue la pérdida del poder adquisitivo de los salarios lo que nos obligó a sustituir alimentos. La próxima semana presentaremos los resultados preliminares de una investigación que sostienen este argumento.

 

 

*Profesor-Investigador Facultad de Negocios, Universidad La Salle México

 

Miembro del Sistema Nacional de Investigadores

Twitter: @BandalaCarlos