Lavarse las manos antes era cosa de locos, y así terminó el inventor de la práctica

Lavarse las manos antes era cosa de locos, y así terminó el inventor de la práctica

Foto: Unsplash

Lo elemental que parece el lavado de manos para las sociedades contemporáneas, y más en tiempos de pandemia, no lo era en la Europa de hace 150 años. El origen de la práctica vino del médico húngaro Ignaz Semmelweis, y aunque revolucionó la salud mundial no fue vista con buenos ojos por sus colegas, lo que lo llevó a la locura.

 

La Viena del siglo XIX no se parece mucho a la de hoy. Si se observara uno de los hospitales que funcionaban en ese entonces, cuando la ciudad era aún capital del Imperio Austro-Húngaro, las diferencias sorprenderían a más de uno.

 

Los centros médicos estaban lejos de ser un ejemplo en higiene. Los médicos y enfermeros pasaban de las salas de autopsia a los quirófanos sin tomar precaución alguna. De hecho, la suciedad de sus ropas era vista como "insignia de su oficio, que cargaban con orgullo", según relata un estudio del Instituto de Higiene y Epidemiología de la Universidad de Praga.

 

Nacido en 1818, Ignaz Semmelweis cobró relevancia en el mapa medicinal en 1847, tres años después de finalizar sus estudios en la que hoy es la capital de Austria. Luego, comenzó a trabajar en el Hospital General de Viena como asistente de obstetricia, responsable de la primera división de los servicios de maternidad.

 

Allí, observó algo de lo que nadie antes se había percatado: la mortalidad de las mujeres postparto aumentaba significativamente —entre un 13% y 18%— cuando eran atendidas por médicos, en comparación a las atendidas por parteras o aprendices de parteras, según las cifras recogidas por otro estudio, publicado en la revista científica BMJ Quality and Safety.

 

Esto se debía a que la mayoría de los médicos no solo estaba a cargo de las mujeres embarazadas, sino también de las autopsias y los cuerpos de los fallecidos, además de la atención de otros pacientes con múltiples enfermedades. Las parteras y aprendices, en cambio, tenían acotada la tarea exclusivamente al cuidado de madres y bebés, cuya principal causa de muerte en ese entonces era por la fiebre puerperal, como se conocía a las infecciones posparto.

 

La respuesta para el húngaro fue lo que hoy es una obviedad para el habitante del mundo contemporáneo pero que, aun así, es recordado por profesionales de la salud y autoridades a diario en este momento crítico de pandemia. El lavado de manos disminuye significativamente las posibilidades de transmisión de infecciones de una superficie a otra.

 

Semmelweis determinó una política de lavado de manos para el personal del hospital con hipoclorito de calcio, lo que redujo la tasa de mortalidad de las mujeres atendidas por médicos en un 11%, llegando a los niveles de las atendidas por parteras. Luego, extendió su política al lavado de los utensilios hospitalarios, lo que redujo las cifras al 1%.

 

Según la investigación publicada en BMJ, fue el profesor Johann Klein, su jefe, quien deslegitimó su trabajo y le adjudicó la reducción infecciosa en las pacientes a los nuevos sistemas de ventilación que había incorporado el hospital en ese momento. A esto se le sumó que, a pesar de sus relevantes aportes, las autoridades del hospital resolvieron no renovar el contrato al innovador médico.

 

La locura de lavarse las manos

 

El húngaro volvió a su ciudad natal, Buda (actual Budapest), donde obtuvo empleo como el jefe de obstetras de un hospital, desde donde se dedicó a exponer sobre criterios higiénicos en centros de salud.

 

Años más tarde, tras dejar el hospital y dedicarse a la docencia en la Universidad de Pest, publicó "Etiología, concepto y profilaxis de la fiebre puerperal" (1861). Sin embargo, la obra no fue bien recibida por la comunidad médica de su época. En la misma época también solía escribir cartas públicas a referentes de la medicina cuestionando sus métodos y reprochándoles su indiferencia.

 

Semmelweis desarrolló en esos años una severa depresión que lo llevó al alcoholismo, y posteriormente a ser internado por colegas en un instituto mental en Lazarettgasse (hoy Austria). Los severos tratamientos de la época para los enfermos mentales aceleraron las dificultades del obstetra, de quien se sospechaba, si bien no llegó a comprobarse, que sufría de Alzheimer. Según recogió la BBC, murió atado de manos tras una fuerte golpiza por parte de guardias de seguridad del instituto dos semanas después de haber sido ingresado.

 

Sus aportes a la medicina fueron cruciales, pero no fue hasta el trabajo del médico francés Louis Pasteur, y otros referentes que trabajaron en la teoría germinal de enfermedades infecciosas que se institucionalizó el lavado de manos como norma indispensable de la medicina. La práctica se extendió a toda la población y en tiempos de pandemia vuelve al centro de la atención.

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