Una noche viajando, con algunas esporádicas escalas para estirar las piernas y saciar las necesidades primarias fueron el antecedente para llegar a un lugar mágico en su concepción y lleno de misticismo. Cada piedra colocada en las edificaciones, casa, árbol y hasta el arroyo que nos lleva al cenote sagrado, tienen un encanto especial, así es la zona arqueológica de Palenque, en el estado de Chiapas.
Fueron prácticamente 900 kilómetros en un auto amplio, en el que solamente viajábamos 3 personas; sin embargo, pareció una eternidad, al menos las dos horas finales, que nos trasladamos de Villahermosa, Tabasco, al hermoso pueblo mágico de Palenque, antesala de la zona arqueológica de reconocimiento internacional.
El punto de partida fue la popular colonia Michoacana en la Ciudad de México, al filo de las 20:00 horas, cuando comenzamos un camino lleno de recuerdos y anécdotas, que permitió una expiación emocional sumamente detallada. Durante poco menos de 11 horas de camino, el compadre Julio conducía y charlaba, recordaba los buenos y malos momentos que su musa imprimió en su vida y permitía a su espíritu la emancipación que requería.
Roberto y yo, escuchábamos y brindábamos por cada historieta, cuento, fábula o emoción que la voz de Julio externaba, cantábamos canciones bravías llenas de dolor y tristeza para expulsar al demonio del amor, del aura de mi Compadre que, como todo enamorado, se resistía al exorcismo emocional, al son de “Ella” o “Paloma querida” del gran maestro José Alfredo Jiménez.
Las líneas de la carretera eran testigo fiel de nuestras buenas intenciones y las botellas se fueron escaseando, hasta que debimos detenernos y salir del auto. Recién veíamos un anuncio que nos adelantaba la cercanía de Villahermosa, Tabasco. El güero dejaba ver sus primeros rayos y era nuestro cómplice en este viaje, dándonos la bienvenida a la primera escala de nuestro viaje.
Era necesario desayunar y eso hicimos. Llegamos al mercado municipal y no había mucho que comer, así que decidimos ir a una de esas franquicias de comida rápida muy famosas en todo el país, donde los bísquets son muy buenos, aunque cada uno pidió un desayuno completo para recuperar las energías del sueño ausente de la noche anterior. Huevitos con jamón, pescado y hasta caldo tlalpeño (caldo que contiene carne de pollo, garbanzo, ejote y zanahoria, sumergidas en un caldo de pollo, con ajo y cebolla, sazonado con epazote y chile chipotle).
Reanimados y con el estómago lleno, decidimos retomar el viaje. Teníamos que recorrer aún 145 kilómetros para llegar a Palenque. Dos horas más de camino acompañados por el solecito y con la imperante necesidad de rehidratarnos.
Julio regresó al volante y los copilotos decidimos poner nuevamente música para propiciar un trayecto más llevadero. El sueño comenzaba a hacer mella en nosotros, el sol también contribuía para que los exorcistas recibieran su merecido. Morfeo nos abrazó y como por arte de magia, el compadre Julio estaba regresándonos del mundo onírico al reino del gran Pakal, el gobernante de mayor trascendencia y reconocimiento en Palenque.
La entrada para los mexicanos en domingo es gratis. Nos colamos maravillados por lo que veíamos, no cabe duda de que las piedras, aunque no tengan vida, sí tienen memoria. El Templo de la Cruz, según nos cuenta el guía -que va con un poco de prisa-, se conforma de tres templos y como era de esperarse, tenía un carácter religioso.
He visto fascinado todas las edificaciones, la piedras o las piedras que tienen grabado al gran Rey Pakal; sin embrago, lo que me trajo a esta zona fue la pirámide llamada El Palacio, que cuando niño veía cada que jugaba el extinto turista mexicano, un juego de mesa que nos unía a mi hermano, mi primo Carlos y hasta a un vecino que no recuerdo su nombre y que cuando no teníamos balón para salir a jugar futbol, era el pretexto para divertirnos.
Pero decía que conocer El Palacio había cumplido un sueño de mi infancia. Esta edificación que tiene una torre muy alta de tres niveles y que aún no se determina con precisión si era un observatorio, aunque dice el guía que tiene todas las características de cumplir con la función de observar el cielo y las estrellas.
La humedad es devastadora, mi sueño se ha cumplido y por la cara de cansancio de mi compadre Julio, parece que conseguimos que sacara de su cabeza a la citada musa. Hay que refrescarse y para ello, teníamos el plan de conocer la cascada de Misol-ha, que está a 28 kilómetros de distancia, muy cerca de nuestra ubicación.
Cual iguana al amanecer, la intensidad del sol reanimó a Roberto, quien, sin dudarlo, decidió tomar el volante y conducir los casi 40 minutos hasta la deliciosa cascada. El camino bastante complicado, muchas curvas, algunas un tanto peligrosas, pero que al final valieron mucho la pena.
La cascada nos recibía como visitantes ilustres con una brisa deliciosa, resultado del impacto del agua con las rocas. El ambiente invitaba a mimetizarse. Nos pusimos traje de baño y decidimos darnos un chapuzón para refrescarnos, porque el camino tenía que seguir y necesitábamos resucitar de nuevo, pero el resto de trayecto se lo contaré en otra Crónica Turística.
Recuerde que viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero en la próxima Crónica Turística y le dejo mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia trejohector@gmail.com y lo invito a seguirme en Spotify en Trejohector.