El Cerro del Cubilete, ascendiendo a la redención

El Cerro del Cubilete, ascendiendo a la redención

Foto: Héctor Trejo S.

El camino nocturno es siempre complicado para mí, cada una de mis extremidades fue diseñada para dormir en decúbito dorsal, cualquier otra posición corporal me provoca insomnio y no se diga si hay ruido del motor de un autobús a toda velocidad, más aún con otras personas roncando en sus respectivos asientos, pero si voy en busca de un milagro bien vale la pena esta pequeña penitencia.

 

He hecho viajes de 24 horas en autobús de la Ciudad de México a la Península de Yucatán en diversas ocasiones; sin embargo, el objetivo y momento son muy diferentes y esta noche, con un delicioso clima gélido, el trayecto nocturno sin poder levantarme de mi asiento ha sido una pesada carga. 

 

Cada que puedo, echo un vistazo por la ventana, al menos eso intento, pues Kary está en el lugar más adecuado para ver hacia afuera del bus, así que lo único que puedo percibir son luces callejeras que iluminan por tramos la carretera México-Querétaro, aunque honestamente no encuentro algún elemento visual que me indique cuánto hemos transitado de los 363 kilómetros que debemos dejar atrás para llegar a nuestro destino, el popular Cerro del Cubilete, ubicado en el municipio de Silao, Guanajuato, lugar al que recurrimos en busca de los favores de Cristo Rey.

 

Invitados por mis padres para celebrar con Kary nuestro aniversario de bodas y bendecir de nuevo nuestra unión matrimonial, este viaje tiene consigo los recuerdos de mi padre (QPD) que se acumulan por montones a lo largo del recorrido, comenzando por la primera escala en carretera, donde solo bajamos a estirar las piernas y él nos invitó a beber un café, néctar paliativo que a sugerencia suya, me permite bajar la ansiedad de no dormir y disfrutar del resto del viaje lleno de música variada; claro, con los audífonos que eviten la molestia de los demás.

 

Tres horas más de camino que al parecer fueron más lentas, pues el conductor esperaba retardar un poco nuestra llegada, para ascender al alba a la montaña sagrada y tener las perspectivas nítidas del nacimiento del sol desde arriba del cerro, una postal indispensable para todo aquel que amante de las cosas sencillas, como un amanecer campirano en un espacio de comunión religiosa.

 

En efecto, la reducción en la velocidad del autobús propició que llegáramos al Santuario de Cristo Rey al filo de las 5 de la mañana, cuando todavía la oscuridad gobernaba la bóveda celeste, que nos dejaba ver lo más fino de su repertorio luminoso, con estrellas por todos lados, cual luciérnagas del campo, un espectáculo celestial, digno del lugar al que habíamos llegado aunque con algunos inconvenientes como el frío.

 

Por la hora, la altura de 2,700 metros a la que nos encontrábamos y el persistente viento que movía de un lado a otros nuestro cabello y prendas abrigadoras, la temperatura era poco menos que insoportable. La sensación térmica podía ser de 1 o 2 grados, un frío extremo para quienes no estaban preparados y portaban a penas una sudadera delgada, pues ciertamente estábamos a la mitad del verano, temporada del año donde el frío ni siquiera es tema de conversación, menos aún aparece para importunarnos. 

 

Poco a poco, el verano fue retomando el control y domando al viento. La luz del amanecer trajo consigo una considerable reducción del viento, con el consecuente aumento de la temperatura. El Güero abría los ojos y nosotros también, pues la noche se había terminado.

 

Ya con la luz del día, pudimos observar muchos detalles que de madrugada solo eran ligeramente perceptibles, como sombras de piedra, que destacaban sutilmente en el horizonte del cerro sagrado. De frente teníamos el santuario, que por cierto se percibe sólido, agreste como el ambiente y el clima, pero con detalles visuales que vale la pena destacar; el más sobresaliente de ellos, una corona de espinas, hecha con metal, que da la vuelta a todo el recinto religioso, la cual pareciera ser un tronco de madera carbonizada con un delicado tono café oscuro que es propiciado por el reflejo del fondo rojo de la pared y una parte del techo, el cual parece haber hecho raíz en una de las paredes del templo.

 

Salimos de esta pequeña parroquia y lo primero que vemos es el horizonte, majestuoso e imponente, que nos hace sentir tan pequeños ante lo que miramos. De fondo se observa claramente la planicie del valle en el que destaca la imagen colosal que hemos venido a ver, El Cristo de la Montaña, Cristo Rey, imagen que con los brazos abiertos nos permite asimilar el trayecto recorrido la noche anterior y reconfortarnos con un poco de paz.

 

La estatua que podemos ver en la parte más alta de la montaña es de bronce, justo la más grande en su tipo de metal, pues mide 20 metros y pesa 80 toneladas. Por cierto, en 1928 el presidente en turno, Plutarco Elías Calles mandó dinamitar esta construcción y fue hasta el 11 de diciembre de 1950, cuando una nueva edificación del Cristo de la Montaña fue inaugurada por el obispo Manuel Martín del Campo Padilla.

 

La experiencia religiosa ha pasado, luego de ascender a la redención, de la mano de algunas penitencias como el frío, el viento y el hambre, que ya nos apresura a descender de la montaña a territorio mundano, donde podremos disfrutar de manjares tradicionales de la región.

 

Sin duda, lo primero es un café de olla, que se esfuma presuroso de una cazuela grande de barro con sus florecitas blancas pintadas alrededor. El vapor llega hasta nuestra nariz y es inevitable pedir uno para volver a relajarnos.

 

Encontramos de todo, desde chiles capeados rellenos de queso, hasta mole oaxaqueño con su respectiva pierna de pollo, pero yo quiero algo más regenerador, como un caldito de gallina con cebollita, limón y salsita de molcajete, claro está, todo esto acompañado de unas deliciosas tortillitas azules hechas a mano y que vemos cómo van saliendo del comalito de barro.

 

Recuerde que viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero en la próxima Crónica Turística y lo invito a que me siga en las redes sociales a través de Twitter en @Cinematgrafo04, en Facebook con “distraccionuniversitaria” y mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia trejohector@gmail.com

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