¡Mójese presidente!

¡Mójese presidente!

Optar entre inconvenientes mayores y menores es tarea y circunstancia frecuente para los gobernantes, y ahora le tocó asumirla al presidente Andrés Manuel para evitar que se inundara Villahermosa (municipio Centro), Tabasco, para lo cual ordenó desde el lugar de los hechos y sin la abundancia de fotos que se acostumbraba hasta hace dos años, sino con videos informativos a bordo de un helicóptero de la Fuerza Aérea, canalizar el caudal del agua a las zonas bajas del estado, habitadas por comunidades indígenas.

 

Ya es lugar común de la información y el análisis periodísticos con tufo a propaganda y críticas auspiciadas, presentar a López Obrador como el gobernante que optó por afectar a los más pobres, como si en la capital radicaran sólo potentados, ricos y clasemedieros tabasqueños. Y la pobreza, incluida la extrema, no formara parte del paisaje socioeconómico de aquella ciudad, como bien replicó Leonardo Curzio a Sergio Aguayo, quien se deslizó por la facilona versión pobrista.

 

Algunos llegaron al extremo de exigir a AMLO “¡Mójese presidente!”, acostumbrados como quedaron en los sexenios idos a acompañar a los titulares del Ejecutivo en sus recorridos para aparecer como sensibles y eficaces ante las desgracias naturales, y otras no tanto porque son producto de la devastación medioambiental.

 

Imposible olvidar a Ernesto Zedillo, proveniente de Alemania, en gira por Acapulco, Guerrero, para “valorar los daños” y “atender a los damnificados” por el huracán Paulina, en octubre de 1997. Entre el lodo y el agua presentó la muy aceitada mediocracia, sus propietarios y estrellas, al “señor presidente” en plena faena. Sólo que el Doctor Ficorca y después Fobaproa olvidó usar ropa de trabajo y se veía en la pura pose para la foto y la entonces pantalla chica. Por eso estimo que Miguel de la Madrid se vio más auténtico cuando el 19-20 de septiembre de 1985 se refugió en Los Pinos. Mucho ayuda el que no estorba.

 

Finalmente lo que sucede todos los años es lo que bien apunta Rayuela, el editorial más breve que se conozca: “En Tabasco vemos hoy el costo de haber acabado con las selvas. Que sirva de ejemplo.” (La Jornada, 16-XI-20).

 

Los datos son harto ilustrativos. Hasta 2015 quedaba tan sólo 3% de su vegetación original, con una tasa de pérdida de 2.7 hectáreas por hora durante los pasados 50 años, advierte el Programa Especial de Desarrollo Forestal 2013-2018 del gobierno estatal. Aun así, la tendencia sigue y entre 2018 y 2019 desaparecieron 23 mil hectáreas de cobertura forestal, de acuerdo con Global Forest Watch.

 

El documento de la Estrategia de reducción de emisiones por deforestación y degradación de Tabasco plantea que en 1940 se reportó una cobertura forestal de un millón 210 mil hectáreas, 49.1% de la superficie del estado. En 1970, estos ecosistemas ocupaban apenas 314 mil 921 hectáreas, 12.8% de la superficie tabasqueña. La integridad de los ecosistemas naturales, concluye, fueron perturbados profundamente.

 

Todo apunta que la atención alimentaria, de techo y médica a los damnificados, el inicio del camino para la superación de los daños materiales en las viviendas y unidades agrícolas, así como los riesgos humanos por las posibles epidemias, se encuentra en ruta inicial adecuada, trazado como ya fue el rumbo del rescate para Chiapas y Tabasco, establecido en Palacio Nacional con los dos gobernadores y los titulares de las dependencias federales involucradas.

 

Desde la óptica de Obrador en el ámbito de lo estructural del problema están contempladas el control de las presas, los desazolves de los ríos, la construcción de muros y drenes. Y en la operación de las presas e hidroeléctricas de la Comisión Federal de Electricidad, el criterio principal ya no será la generación de energía sino la protección civil.