Sí, el orden en el que nacemos y los hermanos determinan nuestra personalidad

Sí, el orden en el que nacemos y los hermanos determinan nuestra personalidad

Foto: Freepik

Por mucho tiempo, los sicólogos han mantenido viva la teoría de que la familia es un factor determinante para el desarrollo de la personalidad, aunque lo usual es que se señale a los padres como los mayores influenciadores. Si bien esto tiene sustento, hay otros integrantes del núcleo familiar que tienen igual o más injerencia en el desarrollo de la personalidad, aunado al momento en que nacemos.

 

Múltiples estudios adjudican el número de hermanos que tenemos, y el sexo de estos, en la forma en que nos desarrollamos conforme vamos creciendo. Aunque esto suene raro no es todo; ya que también se le da crédito al momento en que nacemos, es decir, nuestra personalidad podría estar marcada por el hecho de ser el más grande, el pequeño o el de en medio.

 

No es casualidad que una persona que es la menor en una familia sea considerada la “consentida”, o que el mayor sea visto como el “más maduro”. Se han hecho varias teorías y estudios en torno al tema, pero en todos los casos se concluye lo mismo: los lazos sanguíneos y el momento de nuestro nacimiento son un factor determinante en nuestra personalidad.

 

¿Cómo influyen los hermanos y el nacimiento en la personalidad?

 

Un estudio titulado “Las asociaciones del orden de nacimiento con la personalidad y la inteligencia en una muestra representativa de estudiantes de secundaria de EU” sostiene que el número de hermanos no solo influye en la personalidad, sino también en la inteligencia de las personas. Este fue publicado en 2015 en la revista “Science direct” por Rodica Ioana Damian y Brent Roberts.

 

Este concluyó que hay pruebas de que nacer primero, en medio o al final, es un factor para la manera en que nos comportamos a futuro. Los más grandes, llamados “primogénitos”, tienden a desarrollar personalidades más extrovertidas y simpáticas, ya que es a ellos a los que más se les presta atención, por lo que generan más confianza desde la infancia.

 

Al crecer, se acostumbran a tomar más la iniciativa y ser responsables, pues al ser los primeros hijos se les inculcan más responsabilidades. Por lo anterior, aunque sea por poco, en su crecimiento, los hermanos mayores suelen tener un coeficiente intelectual más alto.

 

En contraste, los hermanos de en medio suelen ser los obligados a “negociar” y se resignan a usar los recursos que previamente pasaron por los primogénitos. Estos hermanos se acostumbran a no recibir demasiada atención, ya que los más grandes están vistos como los principales, y cuando nacen los pequeños, se resignan a tener menos foco en la familia.

 

Por lo anterior, los del medio desarrollan una personalidad pacífica y que busca resoluciones en situaciones de conflicto. También tienden a ser más empáticos, colaboran más con la gente a su alrededor y forman amistades fácilmente.

 

Finalmente, los hijos menores, o “benjamines”, son los que desarrollan personalidad más libre, despreocupada y divertida, pero también se comportan de manera más rebelde. Esto puede ser contraproducente, ya que al tener más libertades y no acatar las normas, pueden sentirse poco relevantes y que no tienen importancia en la familia, lo que deviene en problemas de conducta. Esto rompe con el estereotipo de que el menor es al que más se le pone cuidado.

 

Antes de dicho estudio, el tema también fue abordado por Alfred Adler, ya que en 1928, hace casi 100 años, sentenció que, en efecto, los hermanos y el orden en que nacemos son determinantes con la personalidad. Adler propuso la “Teoría del orden de nacimiento”, en la que se sostiene que la distancia entre un hermano y otro es significativa para nuestro comportamiento toda la vida.

 

Según Adler, gracias a que los padres son más inexpertos con el primer hijo, se le da más atención y son más cautelosos con cada movimiento, lo que lo hace sentirse especial. Sin embargo, esto cambia cuando llega el primer hermano, ya que deja de ser el centro de atención, lo que causa sentimientos de abandono y exclusión.

 

Para cambiar la situación, los más grandes harán todo a su alcance para volver a ser los especiales, algo que si bien se da cuando llega el hermano, se transforma en un rasgo de su personalidad para toda la vida. Conforme crecen, se vuelven más exigentes consigo mismos y tienen ganas de triunfar y sobresalir en todo, pues al haber sido los primeros, en el futuro desearán ser los primeros siempre.

 

En el caso del segundo hijo, estos desde el principio se acostumbran a compartir la atención, ya que antes de ellos había alguien más, pero tiene otra cara, pues deben competir por recursos y espacio. A la postre, esto deja un espíritu competitivo con los demás que, en el papel, son sus superiores, a los que desea dejar atrás todo el tiempo.

 

Por último, está el menor, con quien los padres tienen más experiencia, por lo que es criado con menos rigor, pero con más confianza y libertad, con más protección, pero sin tantas responsabilidades. Esto tiene varias consecuencias, ya que su personalidad es más relajada y divertida, por lo que son los más extrovertidos; no obstante, también pueden tener más miedo al rechazo, toda vez que están acostumbrados a ser los protegidos.

 

Algo en lo que convergen los dos estudios es que el hecho de ser hijo único también es determinante. En el primero, se señala que cuando no hay más que un hijo, el ambiente en el hogar tiende a ser más intelectual y maduro, pues solo hay adultos alrededor, lo que hace a un niño más serio y que madura a una edad más temprana.

 

El segundo, de Adler, concluye que los hijos únicos son más libres de problemas emocionales, ya que no tienen que competir por nada y siempre son el centro de atención. La parte negativa de esto es que cuando les toque relacionarse con otras personas, les costará formas amistades y relacionarse, pues no es algo habitual en su vida diaria.

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