
Tener una alberca en casa o en un espacio recreativo puede ser un gran privilegio, pero también representa una gran responsabilidad. Mantenerla en condiciones óptimas implica prestar atención a muchos factores que, si se descuidan, pueden provocar problemas tanto estéticos como de salud. Uno de los más comunes es la aparición de moho, un tipo de hongo que encuentra en el agua estancada, la humedad constante y las superficies porosas el entorno ideal para crecer.
El mantenimiento de albercas requiere disciplina, constancia y conocimiento de los productos adecuados. Prevenir la aparición de moho es mucho más sencillo que erradicarlo una vez que se ha instalado. Por eso, es fundamental conocer los factores que lo favorecen y las estrategias más efectivas para evitarlo desde el principio.
Comprender el origen del moho
El moho es un organismo microscópico que prolifera en ambientes húmedos, mal ventilados y poco soleados. En las piscinas exteriores, suele acumularse en las esquinas, escaleras, juntas de azulejos o zonas donde se forma biofilm. Su presencia no sólo afecta al entorno, sino que también puede ser perjudicial para la piel y las vías respiratorias de los bañistas.
Una vez que aparece, tiende a reproducirse con rapidez si no se controla. La clave está en impedir que encuentre las condiciones necesarias para desarrollarse. El buen mantenimiento, entonces, no se trata solo de tener el agua clara, sino de intervenir activamente sobre todos los elementos estructurales de la piscina.
Revisión constante del pH y niveles de desinfección
Uno de los factores que más influye en la proliferación del moho es el desequilibrio químico del agua. Un pH incorrecto puede neutralizar el efecto del cloro y permitir que hongos y bacterias crezcan sin obstáculos. Por eso, medir y ajustar estos parámetros debe formar parte de la rutina de cuidado.
El nivel de cloro libre en el agua debe mantenerse dentro de un rango adecuado para eliminar microorganismos sin causar irritaciones. Además, es recomendable hacer un choque de cloro periódicamente, sobre todo en temporadas de mucho uso o después de lluvias intensas.
Mantener las condiciones químicas estables en piscinas al aire libre es aún más complejo debido a la exposición al sol, que degrada los desinfectantes más rápido. Por eso, el monitoreo debe ser más frecuente en estos casos.
Limpieza mecánica y circulación del agua
Aunque los productos químicos son importantes, no lo son todo. La limpieza física de la piscina es esencial para prevenir la acumulación de materia orgánica, como hojas, polvo o insectos, que sirven de alimento para el moho.
El uso de aspiradoras, redes para recoger residuos y cepillos de cerdas duras es necesario al menos una vez por semana. También debe prestarse especial atención a las paredes, escalones y boquillas de retorno, donde suele adherirse el biofilm que da origen a los hongos.
La circulación del agua es otro punto crucial. Los sistemas de filtrado deben funcionar correctamente y durante el tiempo suficiente cada día. El agua estancada favorece la aparición de focos de contaminación. Un buen flujo, en cambio, distribuye los productos químicos de forma uniforme y arrastra los residuos hacia los filtros.
Ventilación y exposición al sol
En piscinas cubiertas o interiores, el control de la humedad ambiental cobra especial importancia. Una ventilación deficiente puede generar condensación en las paredes, techos y bordes, creando puntos de humedad permanente. Estos lugares son ideales para el desarrollo del moho, incluso fuera del agua.
Para evitarlo, se recomienda instalar sistemas de extracción de aire o mantener ventanas abiertas, siempre que las condiciones lo permitan. Además, favorecer la entrada de luz solar directa en ciertas horas del día puede ayudar a secar zonas húmedas y desactivar esporas de hongos.
Las piscinas exteriores, por otro lado, se benefician del sol, pero requieren un buen diseño del entorno. Si hay mucha vegetación cercana, esta puede generar sombra constante, caer al agua y aumentar la materia orgánica en descomposición.
Cuidado de los accesorios y superficies porosas
Muchos elementos alrededor de la alberca también pueden ser foco de acumulación de moho: cobertores, sillas, juguetes flotantes, trampolines, entre otros. Estos deben limpiarse con regularidad y guardarse secos, especialmente si no se usan durante varios días.
También es importante prestar atención al tipo de materiales utilizados en pisos y muros cercanos. Superficies porosas como madera, piedra o concreto sin sellar pueden retener humedad durante más tiempo. En esos casos, aplicar productos impermeabilizantes y selladores ayuda a dificultar el desarrollo de microorganismos.
Incluso las juntas de los azulejos deben revisarse. Con el tiempo, estas pequeñas zonas se deterioran y se vuelven más propensas a acumular suciedad. Una limpieza profunda con cepillo y productos anti moho puede restaurarlas sin necesidad de reemplazo.
Uso inteligente de productos anti-moho
Además del cloro tradicional, existen fórmulas específicas para tratar zonas afectadas por hongos. Estos productos suelen ser más concentrados y deben aplicarse con cuidado, preferentemente cuando la piscina no está en uso.
No es recomendable abusar de este tipo de sustancias, ya que un uso excesivo puede generar residuos o alterar la química del agua. Lo ideal es utilizarlos como refuerzo en las zonas críticas y siempre siguiendo las indicaciones del fabricante.
Si el moho ya está instalado, es fundamental actuar de inmediato. En algunos casos, puede ser necesario vaciar parcialmente la piscina o realizar una limpieza intensiva con ayuda profesional para evitar que vuelva a aparecer en poco tiempo.
Prevención durante los periodos sin uso
En épocas del año en que no se utiliza la piscina, como en invierno o durante viajes prolongados, es cuando más se descuida su mantenimiento. Esto representa un riesgo elevado para la aparición de hongos, algas y bacterias.
Durante estos periodos, conviene cubrir la alberca con una lona adecuada que impida el ingreso de luz y residuos. También se recomienda mantener un nivel básico de cloro y revisar la piscina cada cierto tiempo para evitar sorpresas al retomarla.
La limpieza previa al guardado también es fundamental. No tiene sentido cubrir una alberca sucia, ya que el moho puede desarrollarse debajo del cobertor si encuentra las condiciones adecuadas.
Formación del equipo humano adecuado
Cuando se trata de albercas comunitarias, en hoteles, gimnasios o clubes, es importante que el personal encargado tenga formación en mantenimiento y seguridad. No basta con limpiar por intuición: se deben conocer los procedimientos, productos y protocolos ante diferentes situaciones.
Una alberca limpia y libre de moho transmite confianza y cuidado. Además, reduce los riesgos legales o sanitarios que podrían surgir ante una inspección o un reclamo. Por eso, invertir en capacitación también es parte del mantenimiento preventivo.
Adaptación según el entorno geográfico
Las condiciones climáticas también influyen. En zonas húmedas o tropicales, el riesgo de aparición de moho es mayor que en regiones secas. Esto exige ajustar la frecuencia de limpieza, el tipo de desinfectantes y los tiempos de circulación del agua.
En lugares de mucha lluvia, por ejemplo, los químicos se diluyen más rápido y el ingreso de agua externa puede alterar el equilibrio del sistema. En estos casos, es recomendable reforzar los controles y tener planes de acción para los cambios bruscos de clima. Conocer el entorno y adaptar el mantenimiento a sus particularidades evita gastos innecesarios y mejora los resultados.