
La creciente incursión de niños y adolescentes en actividades delictivas se ha vuelto un problema social alarmante que exige un análisis profundo. Lejos de ser un fenómeno aislado, este aumento en la delincuencia juvenil apunta a graves deficiencias en el entorno social y económico que los rodea.
La participación de menores en el crimen organizado y la delincuencia común no es una elección casual, sino la culminación de un complejo conjunto de circunstancias.
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— Imagen Poblana (@ImagenPoblana) September 19, 2025
Dos menores de edad fueron captados por cámaras de seguridad robándose un scotter en la calle 2 Sur, en San Francisco Totimehuacán. Habitantes de la junta auxiliar piden más seguridad.
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¿Por qué los jóvenes caen en el crimen?
No existe una sola razón que empuje a los jóvenes al delito, sino un cúmulo de factores interconectados. Las principales causas que los vuelven vulnerables son la pobreza y falta de oportunidades.
La falta de un futuro prometedor, unida a la precariedad económica, puede hacer que la promesa de dinero rápido, aunque peligrosa, se presente como una única opción para escapar de la miseria.
Los entornos familiares disfuncionales, es decir, la ausencia de figuras paternas estables, el abuso y la exposición a la violencia familiar pueden llevar a los menores a buscar en las pandillas el sentido de pertenencia y apoyo que no encuentran en casa.
Un sistema educativo deficiente, la deserción escolar o la falta de acceso a una educación de calidad limitan severamente las oportunidades de estos jóvenes, haciéndolos más susceptibles a la influencia de grupos delictivos.
La marginación social, el sentirse excluidos o discriminados por la sociedad puede generar un resentimiento que los lleva a encontrar en el crimen una forma de rebelión o de reafirmar su identidad.
Los entornos comunitarios peligrosos, crecer en barrios dominados por la violencia y la actividad criminal, junto con la presión de amigos, normaliza el delito y los expone al riesgo de ser reclutados.
El abuso de sustancias. El consumo de drogas y alcohol no solo los puede llevar a cometer delitos para financiar su adicción, sino que también afecta su juicio y su capacidad de resistir la presión de otros.
La debilidad institucional, la escasez de programas de prevención del delito, la falta de espacios recreativos y culturales, y la poca inversión en la protección de la infancia contribuyen a perpetuar este ciclo de violencia.
Los jóvenes delincuentes suelen estar involucrados en una variedad de crímenes, algunos más comunes que otros. Según los datos y análisis sobre la delincuencia juvenil, los delitos más frecuentes son:
Robo: Es uno de los crímenes más recurrentes. La facilidad de obtener dinero y la percepción de que las consecuencias legales no son tan severas como en otros delitos, lo hacen atractivo.
Venta de drogas: Las redes criminales a menudo usan a menores para la venta de drogas porque son menos propensos a ser detectados y sus sentencias suelen ser más leves.
Extorsión y sicariato: En algunas zonas controladas por el crimen organizado, los menores son utilizados para extorsiones o, en casos más graves, como sicarios en ajustes de cuentas.
Pertenencia a pandillas: La vinculación a estos grupos los involucra en una gama más amplia de delitos y actos de violencia.
La creciente participación de menores en el crimen es un síntoma de un tejido social dañado. Abordar este problema no es solo cuestión de castigo, sino de prevención.
Los especialistas señalan que invertir en fortalecer las familias, asegurar el acceso a una educación de calidad, crear oportunidades de empleo para los jóvenes, y establecer programas de apoyo psicológico y de adicciones, podrían coadyuvar, para evitar que los menores de edad comiencen a delinquir.