
“¡Afíliate al partido Nueva Alianza!”, dice un anuncio pintado en una barda de un barrio de Puebla. El mensaje parece desfasado frente a la realidad, un partido que nació con fuerza corporativa, pero que nunca logró consolidar una identidad ciudadana y hoy apenas sobrevive en algunos estados como fuerza local.
Y es que pocos recordarán con entusiasmo a un partido que nació con grandes ambiciones, pero que terminó acumulando más fracasos que victorias.
El Partido Nueva Alianza (Panal) fue fundado en 2005 con el respaldo del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), bajo la influencia de Elba Esther Gordillo. Su origen corporativo lo marcó desde el inicio, un partido concebido no como fuerza ciudadana, sino como instrumento político de una de las organizaciones gremiales más poderosas de México.
Al principio, la estrategia parecía funcionar, cuando el Panal alcanzó el registro nacional y logró curules en la Cámara de Diputados, además de candidaturas llamativas, como la presidencial de Gabriel Quadri en 2012. Sin embargo, esas mismas campañas mostraron sus limitaciones, ya que el candidato quedó en cuarto lugar con apenas el 2 % de la votación.
El fracaso más rotundo llegó en 2018, cuando, a pesar de ir en alianza con el PRI y el Partido Verde, no alcanzó el 3 % mínimo para conservar su registro como partido político nacional. Fue el tiro de gracia, pues el proyecto que había nacido con promesas de renovación se desinfló en una elección histórica que arrasó con partidos tradicionales y dejó a Panal en el basurero electoral.
Aunque el partido sobrevivió como “fuerza” en algunos estados, lo hizo con presencia marginal, sin un verdadero arraigo ciudadano. La percepción pública lo castigó, porque muchos lo vieron como un satélite del poder, un negocio político al servicio de élites sindicales y de uno que otro vivales, antes que una opción seria para la sociedad.
Hoy, lejos de la influencia que alguna vez tuvo en las negociaciones sindicales y electorales, Nueva Alianza es un partido con presencia mínima, casi inexistente. Sus bardas pintadas parecen más un recordatorio de un proyecto político que nunca cuajó, que una invitación real al electorado.
La pregunta que surge es inevitable: ¿quién querría afiliarse a Nueva Alianza en pleno 2025?