Ante las bajas temperaturas de los últimos días, es común que muchas personas echen mano de vitaminas y suplementos con la esperanza de prevenir enfermedades respiratorias como resfriados, gripes o infecciones agudas.
Sin embargo, la evidencia científica es mixta y no respalda que estos suplementos sean una solución mágica o infalible. Lo más efectivo sigue siendo una combinación de hábitos preventivos básicos, y los suplementos solo ayudan en casos específicos.
Y es que aunque las vitaminas y suplementos como la C, D y zinc son generalmente seguros en dosis recomendadas, consumidos en exceso o sin supervisión médica pueden entrañar riesgos significativos. De hecho, la mayoría de las personas los toman por su cuenta, influenciados por recomendaciones populares o publicidad, sin llevar a cabo análisis previos ni consultar a un profesional.
Esto es problemático, porque no todo el mundo necesita suplementación, ya que una dieta equilibrada suele cubrir las necesidades, y el exceso puede causar efectos adversos, interacciones con medicamentos o desequilibrios nutricionales.
En ese sentido, el consumo indiscriminado de suplementos alimenticios sigue en aumento, impulsado por la idea de que “más es mejor” para fortalecer la salud o prevenir enfermedades. Sin embargo, especialistas advierten que el uso sin control puede generar efectos adversos significativos, especialmente en productos tan comunes como la vitamina C, vitamina D y el zinc.
Aunque es hidrosoluble y el exceso se elimina por la orina, superar los 2,000 mg diarios de vitamina C puede provocar náuseas, diarrea, gases y dolor abdominal. En casos más serios, las dosis elevadas favorecen la formación de oxalatos, aumentando el riesgo de cálculos renales, sobre todo en personas predispuestas. A pesar de su popularidad para evitar resfriados, estudios señalan que no previene infecciones en la población general, por lo que el exceso solo genera molestias innecesarias.
Por otro lado, al ser liposoluble, la vitamina D se acumula en el organismo, por lo que su consumo sin evaluación médica puede derivar en hipercalcemia, una condición peligrosa caracterizada por exceso de calcio en sangre. Entre sus síntomas destacan vómito, debilidad, confusión, arritmias y daño renal. También se han reportado casos de calcificación en órganos y hospitalizaciones vinculadas a sobredosis. Su uso se ha popularizado en invierno ante la “falta de sol”, pero especialistas advierten que sin análisis previos, el riesgo de toxicidad es elevado y sus daños pueden ser irreversibles.
El zinc es otro suplemento frecuente, especialmente en temporadas de gripe. No obstante, tomar más de 40 a 50 mg al día puede causar náuseas, vómitos y diarrea. Su consumo prolongado en dosis elevadas interfiere con la absorción de cobre y hierro, lo que puede derivar en anemia, disminución de glóbulos blancos y un sistema inmunológico debilitado. En embarazadas y niños, los riesgos son mayores debido a sus necesidades nutricionales específicas.
Tomar suplementos sin supervisión médica puede generar diversos riesgos, entre ellos hipervitaminosis, especialmente con vitaminas liposolubles que se acumulan y pueden causar daño hepático, renal o neurológico, así como interacciones que reducen la eficacia de medicamentos o potencian sus efectos secundarios.
Además, el uso indiscriminado puede crear falsas expectativas y retrasar tratamientos necesarios, provocar desequilibrios nutricionales al bloquear la absorción de otros nutrientes, generar reacciones alérgicas a componentes de las pastillas y representar un gasto innecesario sin beneficios reales para la salud.
Especialistas coinciden en que cualquier suplementación debe estar respaldada por una evaluación médica y estudios de laboratorio. La automedicación, advierten, no sólo es ineficaz en muchos casos, sino que también puede poner en riesgo la salud.