Democracia Pirata

Democracia Pirata

Después de la Guerra Anglo-Hispana y en una Europa llena de miseria y esclavitud, los Piratas pulularon bajo las órdenes de un rey o reina que buscaban perjudicar el comercio de sus rivales en las rutas surgidas tras el descubrimiento de América.

 

La cultura popular ha dado a los piratas un estatus de aventura, rebeldía y libertad. Y en buena medida hay razón detrás de este concepto de libertad, más aún de democracia.

 

Muchos especialistas en historia o política coinciden en señalar que una de las primeras organizaciones democráticas fue justamente la de los piratas.

 

De hecho, hasta la fecha, las decisiones tomadas por los piratas en playa y en altamar son ejemplo absoluto de democracia: todos deciden sobre todo y todos votan.

 

Sí, el valor del voto entre los piratas era equitativo. El voto del aprendiz de carpintero tenía el mismo valor que el del capitán desertor naval que sirvió en la marina británica, era experto en náutica e ingeniería y tenía conocimientos de música, política y filosofía.

 

Y aunque les parezca ilógico que estos dos votos tengan el mismo valor, esa es la democracia perfecta, al menos en el sentido actual de interpretación y no en el griego o romano.

 

Justamente, el perfil social de los piratas nos permite descubrir qué tan válido o positivo para la sociedad es este modelo de gobierno. Más aún, nos permite comparar a México con la democracia pirata.

 

En el sentido romántico, se escucha muy bien defender los postulados de la democracia abierta: “sí, que todos decidan”. Y si todos deciden, tenemos el modelo pirata que no es otra cosa que igualar el criterio de los tripulantes al de los expertos navales y eso no es para nada correcto.

 

Uno de los diálogos más certeros sobre esta crítica al derecho universal del voto lo presenta la serie Black Sails.

 

En una escena de la segunda temporada, Billy Bones le informa al Capitán Flint que uno de sus votantes cambió de bando solo porque su compañero hacia un ruido molesto al masticar.

 

El capitán, con tranquila amargura, expresa su molestia respecto a la igualdad del voto.

 

Tomemos el caso de James Flint en esta excelente producción. Es un exmilitar de la marina Británica, lector de filosofía e historia, conocedor de la política inglesa y tiene una visión sobre el Nuevo Mundo.

 

Sus decisiones y todo cuanto hace como pirata para buscar la independencia de Nassau y el desarrollo de una población independiente al yugo de Inglaterra se ven obstaculizadas por sus compañeros que solo saben de pillaje y orgullo guerrero.

 

Los más letrados le critican porque no sigue el código pirata y solo tiene en su mente una ambición: la suya, que es la de lograr la independencia de Nueva Providencia.

 

A lo largo de la serie, la confrontación entre la visión de Flint y la de sus compañeros de armas provoca constantes desacuerdos y limita el desarrollo de Nassau.

 

La Democracia Pirata es increíblemente parecida a la democracia a la que aspiran los intelectuales mexicanos.

 

Por eso los piratas, en el sentido romántico, son ejemplo de libertad e independencia. Pero su democracia absoluta en realidad evidencia los perjuicios de este tipo de sistema:

 

En nuestro país, y la mayor parte de la cultura occidental, se le ha dado tanto peso al voto democrático que se ha perdido de vista si el votante tiene derecho a elegir de acuerdo con sus condiciones intelectuales o económicas, igual que con los piratas.

 

Si a ellos el capitán les seducía con promesas de riquezas que los marineros no tenían el criterio para valorar, votaban en favor de este.

 

Cuántas promesas ha hecho Andrés Manuel López Obrador, desde campaña, que el mexicano común no tiene el criterio para decidir sin son posibles o no.

 

Todos los que sabemos de economía coincidíamos en que mentía sobre el crecimiento. Sabíamos que era imposible llegar al 6 % que había prometido solo con “borrar la corrupción”. Otra mentira.

 

Pero de la misma forma que en la serie, Andrés Manuel ha sido un “capitán seductor” que reúne la mayoría de votos y ahora con esos votos legitima cualquier decisión absurda.

 

Hay dos grandes corrientes de pensamiento en cuanto a la democracia. Por un lado están la de quienes defienden que cada ciudadano tiene derecho a elegir sobre lo que hacen sus gobernantes.

 

Hay otra línea que cuestiona no solo ese derecho de los ciudadanos, sino la capacidad de los mismos para elegir.

 

¿Qué elementos tiene el ciudadano promedio para decidir si se debe o no aplicar el IEPS en la gasolina o si es necesario crear políticas kesselianas para acelerar la economía mexicana tras la crisis del COVID-19?

 

Diversos autores, filósofos, politólogos y sociólogos, aseguran que la democracia es un espejismo.

 

"La democracia representativa (...) no representa nada; solo se representa a sí misma, a políticos profesionales que constituyen una oligarquía cada vez más ligada a los intereses privados", escribe Pierre Dardot.

 

Yo soy de los que cree que la democracia nunca se vivió tan intensamente como entre los piratas.

 

Pero también soy de quienes creen que un mejor mundo, un mejor México, no lo tendremos a través de la democracia representativa, porque justo la democracia pirata ejemplifica todos los fallos del sistema político bajo el cual nos regimos hoy.

 

Hoy, en redes sociales, las hordas de Andrés Manuel López Obrador presumen que 30 millones de votos le respaldan. Y que bajo ese respaldo puede decidir sobre el país.

 

Sí, pero igual que en la era de los piratas, esos votos están constituidos por los desposeídos de entonces y los desposeídos de ahora.

 

Igual que el capitán Flint, con tristeza, puedo decir que los conocimientos en economía, filosofía, políticas públicas y conflictos sociales valen lo mismo, en cuanto a votación, que las motivaciones detrás del respaldo a ultranza en favor de su santidad AMLO.

 

Por eso el presidente ningunea a médicos, profesionistas o empresarios. Hace lo que haría un capitán pirata: “el voto de ustedes, los miserables, cuenta”. Y conseguirá el voto mayoritario así sea para llevarnos a todos al abismo.

 

Algo de Historia

 

Los piratas se formaron a causa de los años intensos de guerra en Europa y el descubrimiento de América. Marinos que habían servido en las guerras que se libraron, principalmente la angloespañola , de pronto se dieron cuenta que no sabían otra cosa más que guerrear en el mar, una tarea nada fácil por cierto, pues implicaba conocimientos náuticos, militares y mucho, mucho valor y fuerza.

 

De hecho, algunos jóvenes eran “secuestrados” por marinos experimentados tras una noche de copas en algún bar y despertaban en camino al Caribe, formando parte de una tripulación.

 

Así,  tenemos que los piratas eran veteranos de la guerra o bandidos o miserables que soñaban en un mejor futuro en el nuevo continente descubierto. Y con todas estas deficiencias de formación, en el mundo pirata, tenían un valor: el valor de su voto.

 

Déjenme comentarles un poco sobre la democracia pirata:

 

Un capitán pirata no era un tirano. Su autoridad solo era indiscutible en el momento de la batalla, pero desde antes del viaje y durante el mismo, se sometía al reglamento expresamente creado para ello.

 

Vivimos una democracia pirata. Ustedes deciden si entonces defendemos ese modelo que habla de la libertad, pero que más bien es un mito.

 

Tan es similar la relación entre la Democracia Pirata y México que incluso una de las frases piratas se parece a una de las frases que seducen a los simpatizantes de un grupo criminal:

 

Decía Bartholomew Roberts, creador del Código Pirata:

 

En un trabajo honrado lo corriente es

trabajar mucho y ganar poco

la vida del pirata, en cambio, es plenitud

y saciedad, placer y fortuna,

libertad y además poder.

 

Ese grupo criminal tiene como manda “Mejor algunos años como rey que una vida como mendigo”.

 

Siniestramente parecido.

 

Vivimos una democracia fallida, aspiramos a una democracia pirata y no entendemos el valor de la igualdad del voto de los desposeídos.